Vínculos violentos en el siglo XXI
Por Natalia Popowski
Hablar de vínculo implica hablar del lazo que nos une a otras personas, que nos mantiene relacionadxs afectivamente o conectadxs. Pero su definición va más allá, incluye la idea de atadura o encadenamiento. Esto no es casual. Nacemos en estado de máxima vulnerabilidad y sólo podemos sobrevivir a partir del sostén de unx otrx.
La subjetividad se constituye inicialmente en una relación asimétrica, de dependencia; aunque también de amor; que permite -generalmente- que esos vínculos sean de cuidado y no abusivos. A su vez, nos socializamos en una cultura, que determina los modos en que van a tener lugar los lazos amorosos. Por ejemplo, los mitos en torno al amor romántico -complementariedad, fidelidad, exclusividad, celos como signo de amor apasionado- han sido fuente de grandes conflictos y han operado desigualmente para hombres y mujeres.
Las experiencias vinculares dejarán sus marcas y servirán de modelo para futuras relaciones; y en algunos casos puede persistir el establecimiento de lazos posesivos, celotípicos, y configurar distintos grados de violencia. Su prototipo histórico ha sido la violencia de género, enmarcada en la pareja heterosexual, que tiene su base en la discriminación estructural de la mujer en la sociedad patriarcal, con una distribución estereotipada de roles de género y una acentuada asimetría de poder.
Más allá del incansable compromiso de los movimientos de mujeres y de los avances en materia legislativa, judicial y de políticas publicas, aún no se ha resuelto la cuestión de la violencia contra las mujeres, cuya concientización y empoderamiento no tiene un correlato en sus parejas, ante la falta de dispositivos de prevención y terapéuticos eficaces, que permitan un proceso de deconstrucción de las propias masculinidades. Y hoy continuamos siendo testigos impotentes de una de las manifestaciones de mayor crueldad, como son los femicidios.
Ahora bien, si corremos el eje de la visión heterocisnormativa, ¿cómo se pone en juego la violencia en otros vínculos sexoafectivos, en relaciones entre pesonas homosexuales, transexuales, transgénero, intersexuales, queer, pansexuales? Pese a la diversidad de vínculos, cuando se trata de la violencia, hay algunas características que continúan repitiéndose. Todxs somos socializadxs en el patriarcado, que establece determinados patrones culturales y dinámicas vinculares asimétricas que pueden ser replicados en cualquier vínculo sexoafectivo, donde unx de sus miembrxs puede asumir un rol dominante y ejercer su poder para coaccionar a su pareja.
Por supuesto que se agregan otros factores de vulnerabildiad en el colectivo LGBTIQ+, como el heterosexismo, la homofobia, la transfobia, la violencia institucional, y el llamado «segundo closet», que implica la amenaza por parte de unx miembrx de la pareja al otrx, de comunicar su orientación sexual sin su consentimiento. Además, la falta de legislación específica y políticas públicas que amparen a estas víctimas, las expone a una mayor desprotección.
Si bien se van configurando nuevas modalidades vinculares, en rechazo a aquellas ataduras que generaban los vínculos tradicionales, en ocasiones, las cuestiones de dominio y manipulación en lxs sujetxs siguen emergiendo, más allá de los pactos conscientes que se establezcan. En definitiva, pareciera que los nuevos lazos no han resuelto el problema de los vínculos violentos y, paradójicamente, la violencia sigue manteniendo patrones tradicionales, incluso en vínculos posmodernos.
Creo que es necesario repensarnos al interior de las relaciones sexo-afectivas, pero también apuntar a un proyecto más amplio de transformación social, tendiente a desarticular el patriarcado junto a otras inequidades estructurales, para poder configurar nuevos y diversos modelos vinculares, más simétricos e igualitarios.
Imagen: @marlenelievendag