La mujer y la cultura del aguante.
Por Juana Solari
“No te valoraba”. ¿Cuántas de nosotras, en plena catarsis, hemos escuchado esta frase compasiva en boca de una amiga? Nos trae calma cuando todo parece desmoronarse y no sabés de dónde agarrarte. Con el tiempo, aquel argumento empieza a fraccionarse y, en cada hendidura, las preguntas parecen multiplicarse. Fui yo quien no se hizo valer.
Existe una idealización del amor en el imaginario social, los vínculos románticos son heterosexuales, monogámicos y para toda la vida. Las personas aprendemos a estar a la espera de alguien que nos complete y si bien las mujeres estamos transitando un cambio en este sentido, todavía hay cierta expectativa a ser elegidas y entregar nuestro afecto. Aprendemos a vincularnos en un contexto que nos enseña a ser serviciales, a cuidar, a ocuparnos de la familia y a sentirnos culpables si no cumplimos nuestro mandato patriarcal en la familia. Y aunque la manera de amar es personal, diferente e intransferible, los patrones culturales influencian múltiples esferas de la vida, inclusive las más íntimas. Al terminar una relación de años, reflexioné mucho sobre la manera en que construí el vínculo con mi expareja y en qué me equivoqué.
Había sacrificado amigos, lugares, deseos. Con el tiempo una persona especial de mi vida me preguntó ¿Dónde estuviste? La respuesta era inmensa. Me invadieron un mar de sentimientos cruzados: Confusión, tristeza, pero por sobre todo bronca… Me consideraba fuerte, lo soy, pero ahí estaba explicando mis renuncias. Él me conocía y yo… me había perdido.
De piba me llevaba el mundo por delante, disfrutaba mi sexualidad sin tapujos y la defendía a muerte cuando aún la palabra puta era moneda corriente para definir a las mujeres deseantes. Estudiante de artes visuales, encaraba mi vida diaria con mis pantalones verdes manchados de pintura, sin miedo y lista para “bucearme” en cada una de mis obras.
Mi relación fue asimétrica y, a pesar de bancarme todas, me dejó y curiosamente me sentí aliviada. Durante esos 6 años de noviazgo, me reconocí feminista, empecé a sumergirme en el mundo de las ideas del movimiento y le sacudí el avispero a más de uno. Sin embargo, en los últimos años juntos dejé de sentirme libre, mi forma de pensar no coincidía con mi rol en la pareja. Por miedo a perderlo, mis deseos quedaron en un segundo plano. No cabía la posibilidad de “fallar” en el amor a mis 28 años, dejarlo ir significaba renunciar a mi “proyecto de vida”, como si fuese un periodo decisorio, parte de un plan a largo plazo.
Los ideales son hermosos, pero pueden convertirse en tu propia cárcel cuando las convicciones se transforman en intransigencia y no podés perdonarte una. El orgullo feminista y el amor romántico se estaban sacando chispas. Me pregunto ¿Cómo y cuándo dejé de llevar mis pantalones verdes?
Recuerdo el día que se sentó en el balcón y me confesó que quería separarse. Lo miré en silencio y con desgano, apenas suspire un “bueno”. Hace mucho me sentía sola, invisible para él. Finalmente comprendí, no existen las medias naranjas, había remado de más.
Es común escuchar a mujeres esgrimir que el luto lo hacemos durante la relación y los varones después, como si sufrir por una relación en decadencia fuese irremediable. Tenemos arraigada la cultura del aguante, y él hizo lo que yo no pude, admitir que ya no éramos felices.
Imagen @juana.solaripaats