Mi Primera Vez
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La mujer y la cultura del aguante
19/10/2020

El fin del matrimonio 


Por María Marta Serra en colaboración con Giordana Larramendia

 

Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”  (Marcos 10, 1-12)

En tanto vamos y venimos

no se nota

frases a medio decir en puntas de pie

Mientras espero

 junto la tristeza con las sobras de la noche 

un diálogo de miradas esquivas nos mantiene unidos 

en los restos de este amor

¿Cuál es la muerte  que separa?

María Marta Serra

 

¿Es la muerte que separa o es el exceso de presencia? Macedonio Fernandez escribe Museo de la Novela de la Eterna solo para recuperar de ese modo a su compañera. La ausencia produce distancia. En esta cuarentena hemos escuchado historias de parejas que se separan. El confinamiento funciona como una especie de olla a presión siempre a punto de estallar. 

El matrimonio se inicia con una promesa difícil de cumplir: amar a otro toda la vida y con exclusividad. Además necesita testigos y una institución que lo avale, lo regule y legitime. Fue pensada en sus orígenes como una institución del orden natural, es decir, propia de la naturaleza humana del hombre y de la mujer, encarada con un sentido de permanencia, monogámica, con la finalidad de procrear y educar a la prole. 

Jacques Donzelot, discípulo de Foucault, realiza una genealogía de la familia como institución. En La policía de las familias, sostiene que el matrimonio surge con la modernidad como una forma de control social del Estado con la consiguiente división sexual del trabajo: el hombre en el ámbito público y la mujer, en el ámbito privado, trabajando en labores domésticas y tareas de cuidado.  Previo a esto, mujeres y hombres trabajaban y vivían en el ámbito público, los niños eran cuidados por nodrizas lejos de sus padres. Con el matrimonio y la vida familiar se establece un sistema de controles recíprocos: el Estado controla al hombre en el trabajo, la mujer al hombre para que vuelva al hogar y los niños son educados en la familia. Se establece así un control de la sexualidad y las relaciones extramatrimoniales constituyen un delito. 

Es claro que algo de todo esto no funcionó tal cual lo previsto, en algún momento hubo que pensar en el divorcio, pero no fue tan fácil, aunque se logró la posibilidad de hacerlo, había que convencer a otro que teníamos motivos para no querer seguir con el matrimonio. Así, algo personal e íntimo era sometido a la evaluación del sistema de justicia. El Estado no solo controlaba el matrimonio sino también su separación.

Cabe destacar que el Estado tiene el monopolio para el uso de las fuerzas, pero también tiene el poder y amplias facultades para legitimar los vínculos sexo-afectivos, los vínculos de parentesco. Esto implica que las personas, para poder ejercer sus derechos, sin importar los que sean, deben recurrir al Estado, ineludiblemente. De esta manera se establece una forma de normalizar qué relaciones están permitidas y cuáles no, y aquellas que deben gozar de protección.

El matrimonio igualitario en nuestro país permitió legitimar algunas de estas relaciones que quedaban por fuera de lo heteronormativo, les permitió adquirir derechos y contribuyó a cambiar las representaciones sociales acerca de la homosexualidad, y del lesbianismo. El Estado aceptó y reconoció estas relaciones.

¿Qué pasa con los derechos de todes aquelles que no queremos tener un contrato matrimonial?

La evolución social, cultural, legal del matrimonio, y sus formas de legitimación, nos llevan a pensar por qué es necesario recurrir al monopolio del Estado para que se reconozcan derechos que son básicos, inherentes, e innatos a todas las personas, por su calidad de personas. 

En palabras de Judith Butler: “Los lazos sociales duraderos que constituyen parentescos viables en las comunidades de minorías sexuales corren el riesgo de convertirse en irreconocibles e inviables mientras el lazo matrimonial sea la forma exclusiva en que se organicen tanto la sexualidad como el parentesco. Una relación crítica con esta norma conlleva a desarticular aquellos derechos y obligaciones actualmente concomitantes con el matrimonio, de forma que el matrimonio pueda permanecer como ejercicio simbólico para aquellos que deseen comprometerse bajo tal forma.” “¿Qué reorganización de las normas sexuales sería necesaria para que la duración e importancia de los lazos íntimos de aquellos que viven sexual y afectivamente fuera del lazo matrimonial o en relaciones de parentesco ajenas al matrimonio sean legal y culturalmente reconocidas?” 

La muerte, como en el caso de Macedonio, nos puede dejar unidos a otrx para siempre. Los vínculos sexo-afectivos desbordan las normas, no se sujetan a ellas. Tal vez sea necesario un nuevo contrato social que nos incluya a todxs como personas en nuestras diferencias.

 

Imagen_@marlenelievendag